Hace cien años ya que vino al mundo, cuando marzo y su escala de grises dibujaba en Hernani su triste anatomía. Y se nos fue despacio, en un abril florido de hace veinte almanaques. Le pusieron Rafael Gabriel Juan Mújica Celaya Lenceta Cendoya; mas signaría su huella de ochenta años de vida, como Gabriel Celaya.
Con su distanciamiento de ingeniero, comprendió que toda la poesía de la que estaba encinto necesitaba dedicación total, y lo abandonó todo y se puso a hacer versos. Pero versos manchados de vida y de sudor, de trabajo y fatiga; versos fundidos en el duro acero de la muerte y la sangre, de los sueños borrados a balazos por la sublevación de la codicia; versos dirigidos al hombre colectivo, al pueblo derrotado, al que labora y sufre con ojos de silencio.
Detestó la poesía concebida como un virtuosismo de salón, como un juego de rimas y palabras lleno de pajaritos y jardines para vanidad de los narcisos pagados de su tierna metafísica, para los petimetres que detestan rozarse con el barro de las calles, con la algarabía de los mercados, con el aliento, sucio de cansancio, de los trabajadores.
Despreció la poesía de la neutralidad, que pasa por el mundo levitando sin mojarse en las cosas, que nada mientras guarda la ropa, que consume la vida lavándose las manos, mientras las injusticias, los dolores y fatigas del prójimo pasan inadvertidas a su corazón ciego.
Quería una poesía comprometida con el dolor del mundo; ese dolor antiguo del que formaba parte. Quería convertirla en herramienta para cambiar el curso de la historia, para purificar el aire envenenado con toxinas de miedo y de fracaso. Quería salvar en ella la memoria de las cosas amadas: la vetusta República, su carnet comunista, su herida de derrota, el vacío infinito de los seres queridos que fueron fusilados, que huyeron al destierro, que atestaron las cárceles, que purgaron sus miedos en un silencio atroz a la espera del día que vinieran por ellos.
Con la munición de sus poemas –de versos como puños alzados en el viento–, quería combatir el fantasma de la desmemoria, esa inercia viscosa que atraviesa la Tierra tratando de hundir en el olvido todo lo que estorba al poderoso, a los rufianes que medran en política, a aquellos incapaces de mirarse en sus actos.
En su incómoda calidad de “maldito” para esta realidad momificada que todos padecemos, él mismo se ha visto amortajado en el silencio cómplice que pasa de puntillas por este centenario sin fastos ni homenajes para hurtar su recuerdo a las celebraciones.
No es nueva esta conspiración de la mordaza, sino otro intento más de silenciar a la persona que concibió el poema como un arma cargada de futuro, como algo necesario para que el alma del pobre, del humilde, del privado de voz, pudiera respirar.
Medio enterrado estaba en los rincones de las librerías, allá por 1967, cuando un juglar de padre valenciano y madre vasca, guitarra en ristre y canciones al viento, desempolvó algunos de sus versos y los unió a los de otros poetas de conciencia. Más allá del espacio y el tiempo, de la vida y la muerte, volvieron a estrechar su poesía Alberti, Blas de Otero, Miguel Hernández, Góngora y Quevedo, con la de nuestro Celaya hoy recordado.
El paladín que reivindicó versos y personajes y los fundió en un disco de larga duración titulado ‘España de hoy y de siempre’, se llama Paco Ibáñez, cuya voz quedó fundida para siempre con la palabra escrita de Celaya en la collera de poemas –‘La poesía es un arma cargada de futuro’ y ‘España en marcha’– que el cantautor versionó con su música.
Desde entonces acá, Celaya suena a Ibáñez, a su voz monocorde, testaruda, implacable; a su voz, hoy cansada, ayer clara y rotunda con su fondo de gallos a punto de saltar, cortada a pico por los sentimientos; una voz segura del mensaje que esparcía en sus sonidos, convencida de que “nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno”; una voz dispuesta a dar la vida queriendo darnos vida; una voz mineral con las aristas de la autenticidad bien afiladas; una voz que conmovió como ninguna otra a la España antifranquista, porque era la voz de la libertad, de la reivindicación, de la protesta, de la constancia de que los derrotados aún estábamos vivos por encima de las represiones y los miedos.
Era la voz perfecta para aquella manera de escribir poesía, porque, como ella, huía del preciosismo, del canto melodioso, del narcisismo huero y complacido. Era el martillo, la azada, el hacha, la campana, la herramienta con que gritar la España venidera, con que dinamitar los muros de la noche.
Vertidas desde el mismo coraje y la misma esperanza, la palabra de Gabriel Celaya y la voz trovadora de nuestro Paco Ibáñez, unidas en su incendio común y solidario, pudieron y podrán con todas las mazmorras de silencio y olvido en que los opresores dispongan enterrarnos.
Santi Ortiz
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[…] La palabra y la voz, por Santi Ortiz https://www.musikawa.es/la-palabra-y-la-voz-por-santi-ortiz/ por MusiCalvillo hace 7 segundos […]
Celaya, conjunción profunda entre la fortaleza de la palabra como argumento para luchar contra los liberticidas y la sensibilidad de espíritu para conmoverse ante los males ajenos. Al final, este mundo de locos, que no tiene arreglo, acabó con su esperanza en el hombre y en la sociedad. Aún recuerdo su última entrevista. Estaba acompañado de Amparo, su mujer, su compañera. Sus ojos pequeñuelos, vivarachos, pero rendidos, se empañaron de lágrimas, porque su compañera de recorrido no quería acompañarlo en ese punto final con el que quiso firmar el fin de su vida.
Me sigue conmoviendo su poesía, como entonces me conmovió ese anciano cansado de luchar.
Y me emociona, Santi, esa forma tuya de decir.
Ya echaba de menos tus artículos. Enhorabuena y un beso.
Hay un poema de Celaya, que me gusta muy especialmente, porque recoge acertadamente la educación castrante que él padeció y muchos con él. Copio y pego.:-)
No cojas la cuchara con la mano izquierda.
No pongas los codos en la mesa.
Dobla bien la servilleta.
Eso, para empezar.
Extraiga la raíz cuadrada de tres mil trescientos trece.
¿Dónde está Tanganika? ¿Qué año nació Cervantes?
Le pondré un cero en conducta si habla con su compañero.
Eso, para seguir.
¿Le parece a usted correcto que un ingeniero haga versos?
La cultura es un adorno y el negocio es el negocio.
Si sigues con esa chica te cerraremos las puertas.
Eso, para vivir.
No seas tan loco. Sé educado. Sé correcto.
No bebas. No fumes. No tosas. No respires.
¡Ay, sí, no respirar! Dar el no a todos los nos.
Y descansar: morir.