Cuando la música duele.. The lass of Aughrim
Una escena irrepetible,
Empieza a sonar esa voz celestial, la doncella atiende al señor. En el perfecto contrapicado de la escalera aparece la sombra que precede a la señora. El señor se incorpora expectante y quizá temeroso. Del plano desaparece prudente la doncella, sabe que va a ocurrir algo transcendente. El señor mantiene esa postura que intenta ser segura, pero no puede evitar que sus miedos antiguos se posen sin querer en la ambigüedad de su mirada… y esa música, esa voz, más presentes, tan dulces en cada nota, y tal vez, suavemente amenazadoras en cada segundo que ocupan. La señora comienza a descender, pero queda pausada por ese tercer plano invisible y superior que es el que realmente mueve los hilos del sentido. Queda casi paralizada y perfectamente encuadrada en la vidriera de atrás componiendo un plano casi religioso y esquivo, esquivo sobre todo para el señor, que queda partido, que aparece como mitad hombre, como un cuerpo mutilado en el que el único miembro que parece querer decir algo es la mano, situada en la duda, en la frontera entre la acción y el temblor. Ella, después de mantener, durante varios segundos tan sobrecogedores como eternos, ese gesto que quiere adivinar el origen, el significado de esa irrupción angelical, baja al fin la mirada, como reconociendo sin dolor que el pasado nunca se va, que siempre esta ahí, al acecho, esperando el momento más singular para hacerse presente, y lo hace mezclando sin pausa la sonrisa oblicua de la nostalgia con la más honda de las tristezas, ¿por qué existe la música? ¿por qué la música es consciente de su capacidad para atormentar, aunque lo haga vestida de belleza? ¿por qué se ha hecho tan poderosa? El corte de plano nos lleva al rostro del señor, ahora más tenso, como inquiriendo respuestas a preguntas que no se atreve a formular, más tenso, sí, pero manteniendo una supuesta elegancia, tan sobria como derrotada al parecer, ¿qué está pasando? ¿dónde se ha ido ella? Y ahora viene el primer plano de ella, sublime, no soporta adjetivos … balancea tan lentamente su rostro que diluye sin solución el placer de lo revivido con el dolor de su presencia inesperada, parece ida, como dejada caer en ese oscuro y contradictorio mar, en esa noche de sentimientos contrapuestos que conforman su vida, la vida. Corte de plano, plano contraplano, contra la vida, contra el equilibrio, que nos lleva hasta él, ahora su rostro, aunque él lo prentenda, no puede evitar que los sentimientos se le caigan al suelo, aunque él mire hacia arriba, que las sospechas hasta ahora mantenidas a raya atraviesen la puerta del mensaje, pero sin ningún aspaviento, manteniendo la suavidad, la música no hubiera permitido que fuera de otro modo… y esa música, ¿qué le está haciendo a ella? En los siguientes contraplanos, la cara de él parece tensarse cada vez más, como comprendiendo que la finalidad de esa canción, que el objetivo que pretende esa voz invisible que procede de un cielo superior, no es otro que efectuar un extraño exorcismo para que ella vuelva a reconocer quién es realmente. Un mínimo movimiento que apenas es nos indica que ella necesita apoyarse para no desfallecer, aunque quizás lo que desea de verdad sea hundirse del todo en ese regreso inesperado, disfrutar eternamente en ese pozo del remordimiento imposible.
Coexisten dos planos de recepción, nosotros, por un lado, y los dos personajes, por otro. ¿cómo se puede decir tanto, sin decir nada? Y existe un nivel omnisciente que maneja con autoridad los efectos que va a producir, en nosotros, removiendo nuestra sensibilidad, y en los personajes, removiendo toda su vida. Ese nivel de agitación estética y moral está constituido por la canción, por la música, que todo lo sabe, y que se jacta, aunque no lo sepamos, de todo su poder.
Y todo ello manejando la dirección sobre aparentes arenas movedizas, moviéndose por entre el ramaje de la ambigüedad premeditada, navegando hacia esas islas donde se reúnen todos los placeres estéticos, y no olvidando que, como dijo el poeta francés, es preciso evitar que un sentido único se imponga de golpe.
‘The Lass of Aughrim’
If you be the lass of Aughrim
As I am taking you mean to be
Tell me the first token
That passed between you and me.
The rain falls on my yellow locks
And the dew it wets my skin;
My babe lies cold within my arms:
Lord Gregory let me in.
Oh Gregory, don’t you remember
One night on the hill,
When we swapped rings off each other’s hands,
Sorely against my will?
Mine was of the beaten gold,
Yours was but black tin.
Oh if you be the lass of Aughrim,
As I suppose you not to be
Come tell me the last token
That passed between you and me.
Oh Gregory don’t you remember
One night on the hill
When we swapped smocks off each other’s backs,
Sorely against my will?
Mine was of the Holland fine,
Yours was but scotch cloth.
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‘La chica de Aughrim’
Si eres la chica de Aughrim
como tú dices ser,
dime cuál fue la primera prenda
que se cruzó entre tú y yo.
La lluvia cae sobre mis mechones rubios
y el rocío humedece mi piel;
mi hijo tiene frío en mis brazos;
Lord Gregory, déjame entrar.
Oh, Gregory, ¿no recuerdas
la noche en la colina,
cuando intercambiamos los anillos de manos del uno al otro,
en contra de mi voluntad?
El mío era de oro bruñido,
el tuyo, sin embargo, de estaño negro.
Oh, si tú eres la muchacha de Aughrim,
como supongo que no eres,
ven, dime cuál fue la primera prenda
que se cruzó entre tú y yo.
Oh, Gregory, ¿no te acuerdas
una noche en la colina
cuando intercambiamos los blusones,
en contra de mi voluntad?
El mío era de pura Holanda,
el tuyo, sin embargo, de paño escocés.
(Fuente Letra: http://innisfree1916.wordpress.com)
Acerca de The Lass of Aughrim
(por Chesús Yuste en http://innisfree1916.wordpress.com)
‘The Lass of Aughrim’ es una canción tradicional irlandesa, que adquirió una dimensión literaria y cinematográfica al ser incluida por James Joyce como pieza clave en la trama de su relato ‘The Dead’ (Los muertos), incluido en su libro de relatos ‘Dublineses’ (1914) y llevado al cine por John Huston («Estoy adaptando un cuento de Joyce que tenía pensado llevar al cine desde hace 30 años, pero con tantos filmes que he tenido que hacer para poder pagar a mis ex mujeres y médicos, hasta ahora no había sido posible«) en 1987. La canción, interpretada en el relato por el tenor Bartell D’Arcy durante la cena de la noche de Reyes en casa de las hermanas Kate y Julia Morkan en Dublín, desencadena la última reflexión que propone Joyce a través de un matrimonio invitado a la cena, los Conroy: Gretta Conroy siente nostalgia al escuchar la canción y le cuenta a sumarido Gabriel la historia de un antiguo novio llamado Michael Furey que la cortejaba de joven cuando vivía en Galway y que, al partir a Dublín, se despidió de ella bajo la lluvia, lo que le hizo enfermar, muriendo a los pocos días. Gabriel Conroy concluye: “Mejor pasar audaz al otro mundo en el apogeo de una pasión que marchitarse consumido funestamente por la vida”.
Parece ser que esa historia a James Joyce se la contó su mujer Nora Barnacle, natural de Galway. Allí tuvo un jovencísimo amante que le cantaba ‘The Lass of Aughrim’ y que murió de pulmonía tras una triste despedida en una noche fría y lluviosa, en la que le dijo que no quería seguir viviendo si ella se trasladaba a la capital. Joyce quedó profundamente conmocionado, sin que ese recuerdo le abandonara nunca. En una carta para Nora, Joyce escribe en 1909: “Hace una hora estaba cantando tu canción, The Lass of Aughrim. Cuando canto esta encantadora tonada empiezo a llorar y mi voz tiembla con emoción”.
Monólogo final de The Dead (el marido comprende, Joyce nos inunda de melancolía, de poesía)
Namine in The Lass of Aughrim:
Esta entrada, también ha sido publicada por el autor en su blog: http://dueloliterae.blogspot.com/2011/02/lass-of-aughrim.html
Tags: cine film
Quique, al leer tu texto he sentido la misma emoción que provoca la escena de la película ya que, además de los conocimientos técnicos, es maravillosa la forma en que la describes… ¡Magnífico!
Muy de acuerdo Pepa. Ahora te digo yo a tí : qué bien lo describes a Quique!
Gracias al autor por tan bello texto.
«¿Por qué existe la música?»:
tal pregunta me la he ido repitiendo durante años y en lo que sigue se podrá hallar un resumen del derrotero de pasos y cavilaciones, a veces más anímicas otras más razonadas, que se han ido apilando en mi espíritu (léase en sentido intelectual, hoy día es necesaria tal aclaración). Perdóneseme los rodeos pues:
una amiga en el transcurso de pocos meses perdió a tres familiares y me decía que el Adagio de Albinoni era un lenitivo para ella. Me recordaba lo que escribía Nietzsche sobre el arte como narcosis para resistir la vida. Me puse a escuchar con atención el Adagio y me di cuenta de que era en cierto modo una marcha fúnebre.
Ahora la pregunta se trastoca en: ¿por qué si le recordaba, de alguna forma, las pérdidas traumáticas esa pieza la calmaba? ¿Cuál es el «específico» de este «fármaco lenitivo»?
Añadiré otra pregunta a las anteriores, con un ánimo de aclarar mi razonamiento mediante la paradoja y lo disímil:
¿Cuál era el misterio de la sonata de Vinteuil?
Esta cuestión la planteo porque no me satisface la respuesta de Proust, limitada a la descripción de un fenómeno fisio-psicológico, y sin lograr penetrar en la significación vivencial de quien lo experimenta.
Captará usted la substancial diferencia entre las dos situaciones vivenciales que propongo analizar.
Hay una gran obra de arte, y a la vez a mi parecer formalmente una pésima película, que reflexiona sobre el fenómeno «magdalena de Proust» es «Arrebato» de Ivan Zulueta. En ella el cineasta amateur le pregunta al director de serie B: «¿Qué hay entre fotograma y fotograma?». Obtiene por respuesta el regalo de un temporizador con el que acelera o ralentiza sus filmaciones, volviéndolas cada vez más abstractas, hasta ser sólo ritmo continuo de color rojo que le salva aniquilándole. Aquí acaba la película y en la práctica la vida de Ivan Zulueta, aunque muriere varias décadas después.
Lo último que queda es el ritmo, lo esencial es el ritmo, lo que vértebra todo es el ritmo. ¿Pero qué nos transmite el ritmo?: la percepción del «tempo».
La música y en general el arte (aunque fuere estático como la pintura, o aunque aparentemente no nos parezca ritmado como la prosa -recordemos los «pies») nos transmite que la vida, nuestra vida tiene un «tempo», que no percibimos mientras estamos inmersos en ella. Ese tempo dota de continuidad, de sentido la existencia, aunque los sucesos conectados estén alejados quizás por el espacio, quizás por los años, quizás separados por multitud de momentos hueros. Ese sentido percibido es el «fármaco lenitivo».
Aventuraré ahora, por último, una suerte de definición de esta vivencia del efecto artístico en el espectador:
El espectador autoexperiencia el «tempo» de lo vívido.
Lo «vívido» coalesce el fluido instante presente junto a lo vivido.
Hola JRMVIEJO, en realidad lo que ocurre es que nosotros, que somos música, reconocemos lo que fuimos antes y hemos dejado de ser. No te sepa mal pero yo digo que los músicos no hacen música. Los músicos sólo intentan acercarse a la esencia de nuestra materia – que es musical – . Y ese intento, cuando es lo suficientemente bueno, recuerda a nuestras moléculas lo que fueron antes y eso es un gran alivio pero a la vez un gran dolor al comprobar lo que ya no son.