El próximo 11 de diciembre, el tango tomará nuevamente las calles de Buenos Aires. Desde las grandes avenidas hasta los arrabales que le sirvieron de cobijo y cuna y le vieron de pibe corretear por las riberas del Riachuelo, y crecer por los bolinches y conventillos de La Boca; en la cortada más maleva, en el Centro más bacán, por la calle Corrientes, la plaza de San Martín, Florida, el barrio de San Telmo o la avenida de Mayo, el fuelle asfixiado y fraterno del bandoneón unirá sus ecos de nostalgia a los modernos aparatos de música electrónica para preñar de escalofríos y acariciantes notas los aires de esta ciudad porteña.
A lomos de esa cabalgata de símbolos que nos cruza la vida, al compás de la melancolía, el desamor, las fatigas, lágrimas y coraje que pueblan sus historias para hurgarnos en el sustrato de los sentimientos, la lujuria más bella y seductora enlazará talles y ceñirá cinturas, insinuará besos y roces prohibidos, y dejará que el músculo conduzca, ampare y dé hospitalidad a la coquetería a fin de que la destreza de los firuletes, con su porte de arrogante pasión, conviertan al tango en el baile más erótico y menos pornográfico de cuantos yo conozco. Y a su compás jadeante o distendido, danzarán los vivos con los vivos, pero también los muertos con los muertos, porque será la historia de este pueblo criollo la que baile en la calle.
A los acordes actuales de la orquesta de Roberto Siris, de Los Reyes del Tango o del Sexteto Milonguero, se unirán, como una lluvia de poemas disecados flotando en los recuerdos, los ecos del tiempo que harán vibrar el tímpano de nuestro corazón con las voces de Carlitos Gardel o de Carlos Acuña –pañuelo al cuello, sonanta entre las manos, arrasados los ojos de lágrimas de hombría y la entraña transida de desdichas de amor– poniendo un verso –que es un beso– en sus labios y exhibiendo la estrategia de cantar los desaires de aquella cruel perganta que abatió traicionera las lindas esperanzas de su cortejador o el lacerante recuerdo que se llevó en sus ojos la papusa pebeta que todo hombre conserva en los altares de su juventud.
Viejo tango, hijo del burdel, la mala vida y el trago amargo de la madrugada; amigo de rufianes, compadritos, guaperas y malevos, salpicado de broncas y entreveros, presto a tirar del cuchillo y a mojar el gaznate, bueno es que te recuerde la nueva muchachada, que sepa comprender la marcada cicatriz de tu sorna, que sienta tu caricia antigua y entrañable entre el estrépito de la modernidad, que admire la dolorida dignidad que te asiste, que aprenda esa lección de vida que supone el coraje de saber levantarse después de la caída, todo por si mañana se encuentran tirados apretando unos timbres con las pilas resecas, o se sientan vencidos cuesta abajo en la rodada, o rechiflaos en la tristeza de vivir en un mundo que es sordo y es mudo ante el aleteo de la infelicidad.
Desde la lejanía, me congratulo con la celebración de ese Día Nacional del Tango que tiene su cuarta edición a la vuelta de la esquina, y bendigo esas raíces, ese patrimonio rioplatense, que me traen recuerdos de mis padres, el centelleo de farras de otros tiempos y la emoción que conservo en el fondo de mi alma, capaz de encabritarse todavía cuando el puñal oxidado del tango, hiriéndome, me besa con su regusto amargo de sangre y gallardía.
Santi Ortiz
Sanlúcar de Barrameda, 3 de diciembre de 2010
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