Cantó para no callar. Amó la libertad tras de las rejas y, cuando ocasión tuvo, se llenó de cielo y de paisajes. Se echó al coleto el vino de la vida y aprendió a llamar las cosas por su nombre. Tuvo el sentir agreste, como el bigote amigo que lo hacía pariente de tristes y de morsas; tuvo ronca la voz de hirsuta poesía, y erizos en su alma soñadora, techada de universos y calzada de barros, como correspondía a un maño idealista con los pies en la tierra.
Metió al humilde, al campesino, al “nadie”, en su pedestre mochila caminera y los sacó del negro anonimato del olvido para abrirles una leve ventana en nuestras casas. Tuvo un humor de afiladas navajas y una honestidad repleta de misiles prestos a ser lanzados contra la corrupción, la oligarquía, la política de los desvergonzados; contra los que siempre vieron en el pueblo la bestia de trabajo a quien uncir al yugo y hacer doblar los huesos hasta convertir su sudor en dinero; contra los caciques a los que mandó callar en el Congreso antes de mandarlos cortésmente… “¡A la mierda!”.
No creyó en coronas ni tiaras, y en la sangre tricolor que nutría su memoria supo poner un sudario de versos y justicia en homenaje a todos los caídos tratando de empujar la historia hacia un mañana de paz y libertad. Esa Libertad que él convirtió en un himno solidario y fraterno, anunciando ese día que al levantar la vista se nos iluminaran los ojos de palomas ante la tierra de la Libertad.
Me han dicho que se ha muerto. No es posible. Tal vez, haya cogido su petate para huir hacia el futuro junto con sus colegas agnósticos y ateos de larga concepción. Tal vez quede en el viento para esparcir por el mundo un poco de verdad. Pero morirse, no. La gente como él se queda para siempre entre nosotros, cantando en nuestras bocas, soñando en nuestros sueños, sufriendo en nuestras penas, viviendo en nuestras vidas. Mientras que nos quede memoria, esperanza y un hálito de lucha por un mundo mejor, Labordeta seguirá habitando el orbe de los vivos –cantautor cereal, ojos alerta– desde el abrigadero de la inmortalidad.
Santi Ortiz
Sanlúcar de Barrameda, 19 de septiembre de 2010
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Verdades como puños, Santi, como puños…
bua.. increible.. que maquina Santi
Magnifica elegía, Santi. El arte de tu toreo convertido en poesía para cantar de la verdad de un poeta superado sólo por su autenticidad como ser humano.
Tu faceta de escritor no deja de sorprenderme cada día.
¡Viva el arte!
Un abrazo
No sabía que te movías por estos mundos virtuales y ha sido una grata sorpresa la noticia de que andabas por aquí. Cuando leo algo tuyo me entran ganas de escribirte. Este homenaje a Labordeta, como todo lo que escribes lo bordas… tan claro, tan directo, tan sentido, tan poético, tan todo…. Un beso fuerte.